Ambos trabajan en la máquina. Suena la sirena e interrumpen la actividad. Cada uno toma el banco sobre el que estaba sentado y lo acomoda en el espacio. Él se acuesta en su banco. Ella se sienta en el suyo y tararea con la mirada perdida, pero la melodía son ruidos sin sentido, repite el sonido de la maquinaria. Él la calla.
ELLA: (Suspira.) Estos son los momentos en los que una quisiera tener una radio.
ÉL: ¿Acaso la radio te quita el cansancio?
Ella: En absoluto. Pero te arrulla lo suficiente como para no sentir el dolor.
Él: Yo no necesito arrullo. La fatiga eliminó el dolor hace horas.
Ella: Pero no puedes dormirte tan pronto.
Él: ¿Por qué no? ¿Te crees capataz?
Ella: En absoluto. Yo también tengo sueño. Mi conciencia se me escapa como un gato en la noche, y no puedo hacer nada para evitarlo.
Él: ¿Ya lo ves? ¿Para qué quieres estar despierta entonces? Si nos acostamos ahora, con suerte tendremos cinco horas antes de la sirena.
Ella: Si no suena la alarma.
Él: Claro está.
Ella: De todos modos, me niego a dormir.
Él: Haz como quieras. Pero necesitas el descanso, por tu propio bien.
Ella: Lo que necesito es tiempo.
Ella se acuesta. Luego de unos instantes se levanta.
Él: (Irritado.) Ahí estás de nuevo. Mejor será que duermas.
Ella: No puedo. (Intenta llorar, pero no puede.)
Él: Ya ves lo que logras. (Él se levanta.)
Ella: ¿Que he logrado qué?
Él: Despabilarme. Y falta tan poco para la sirena que me dan ganas de llorar. (Lloriquea.)
Ella: ¿Nunca te preguntas por qué la noche es tan corta?
Él: Sí, es la pregunta que me llevo a la almohada todas las noches. Pero así son las cosas. De nada sirve quejarse.
Ella: Sin embargo la oscuridad dura hasta entrada la mañana. (Casi niña.) ¿No sería lindo despertar cuando recién aclara?
Él: Sería maravilloso. Pero eso no es natural. Se despierta cuando suena la sirena.
Ella: Si no suena la alarma primero.
Él: Si se trabaja duro durante el día, no hay necesidad de alarma.
Ella: No sé, los días que más duro nos he visto trabajar, por la noche igual hemos tenido emergencia.
Él: Se habrá trabajado duro, pero de todas formas no se habrá llegado a cubrir la cuota de producción. Y no habrás trabajado tanto, si has tenido tiempo de ver lo que hacíamos el resto.
Ella: Trabajo tanto como cualquier otro. Pero me arden los ojos, y necesito alzar la vista cada tanto. Necesito ver lejos. ¿Acaso tú no?
Él: No tengo idea a qué te refieres.
Ella: Todo el tiempo con la vista en la máquina, tan cerca, tan gris, tan cuadrada. Siento que mi mirada choca contra ella, que la golpea. Por eso necesito mirar un poco más allá por unos instantes.
Él: No hay sentido en lo que dices.
Ella: Nada tiene sentido.
Ella saca un par de viejos guantes. Se los pone. Sonríe. Se acaricia. Ríe. Él se despierta, y ella esconde rápido los guantes a sus espaldas.
Él: ¿Qué tienes ahí?
Ella: Nada.
Él: ¿Por qué no te vas, ya, a la cama? ¿No te das cuenta de que me despiertas?
Ella: No, cada minuto de inconciencia es un minuto menos de vida.
Él: Tengo que estar fresco mañana. Mi trabajo es muy importante.
Ella: Ya he perdido demasiado tiempo.
Él: Cualquier distracción puede provocarme un accidente a mí o a alguien más.
Ella: Demasiado tiempo…
Él: Toda la línea depende de mí. Además, el mes pasado lo tuve tan cerca que casi pude acariciarlo. Pero enfermé del estómago y debí permanecer todo un día en cama.
Ella: ¿De qué hablas?
Él: Del premio. El mes pasado casi fue mío.
Ella: No sé por qué te esfuerzas. No vale la pena.
Él: ¿Cómo? ¿No vale la pena? ¿No valen la pena dos raciones adicionales de comida por semana?
Ella: No por todo el trabajo que eso implica.
Él: Entonces no te molestará que no las comparta contigo. No quiero ni que las mires. (Se acuesta en el banco.)
Ella: ¡Perfecto!
Él: ¡Perfecto! Yo tendré dos raciones más de comida por semana. Eso es: seis raciones más al mes. (Se relame de sólo pensarlo. Se duerme.)
Ella: ¡Que las disfrutes! (Ella tararea nuevamente la canción hasta tranquilizarse.)